Oblivion: forgetting
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Oblivión: el olvido.
Estuve ocho meses sin entrar a la casa de mis padres por temor a contagiarlos, los veía por la ventana, conversábamos a la distancia, cada vez que pasaba a saludarlos mi madre preparaba algo para comer y me lo entregaba con resguardo por la puerta porque yo andaba todo el día en la calle trabajando, el coronavirus era todavía un invisible y peligroso enemigo. Una tarde me propusieron entrar, me sentí temeroso y lo pensé varios días, hasta que me decidí. Una vez adentro quise registrar algunos momentos de su vida diaria desde el interior de su mundo confinado y me fui dando cuenta que algo había cambiado. La vulnerabilidad frente al coronavirus provocó que los adultos mayores tengan medidas de confinamiento estrictas que perjudicaron su salud debido a la inactividad física, al deterioro cognitivo, a la fragilidad y la soledad en la que se vieron envueltos .
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Mi padre mira por la ventana, afuera la vida se ha detenido por las constantes cuarentenas, adentro la vida pasa lentamente, llena de restricciones y con el miedo al contagio.
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Mi madre lleva en brazos a "Chinino", su gato, que llegó a la casa en mitad de la pandemia y ha sido una luz que la hace feliz y la acompaña.
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Mis padres en la cocina de su casa, donde se reúne la familia, donde se seca la ropa, se calefacciona la casa y y se prepara la comida.
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Mascarillas, guantes, alcohol gel, toma de temperatura, largos confinamientos y restricciones para salir, un torbellino que aplastó el pulso a los adultos mayores.
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Las manos de mi madre frente a las fotografías de sus tres hijos cuando eran pequeños, la memoria que se agolpa y se deshace.
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Osvaldo le saca el polvo a las fotos enmarcadas con un plumero. Son sus recuerdos, la memoria de su juventud, sus premios, las imágenes de sus hijos y de sus nietos donde se aferra la memoria.
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Una plancha de madera usada por mi padre en su trabajo de sombrerero.
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Mi madre prepara el almuerzo. El rito cotidiano de cocinar que aún realiza con dedicación pese al cansancio de los años.
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Una plancha sobre la cocina a leña junto a las ollas del almuerzo. Un cuadro detenido en el tiempo.
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La vida cotidiana sobre el mantel , un formillón sobre la mesa.
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Conformador de principios del siglo XX, antigua máquina para tomar las medidas de la cabeza, la otra huella digital del ser humano, la individualidad.
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Mi madre en el comedor de su casa, donde antes de la pandemia se reunía con sus hijos y sus nietos.
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Mi madre muestra una fotografía de su juventud donde aparece ella y su hermana Norma que falleció hace unos años. La nostalgia se aferra a la memoria.
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Antigua caja de galletas que es usada como caja de costuras, un objeto que permanece congelado en el tiempo.
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El confinamiento ha encapsulado el tiempo, los objetos parecen quietos como un cuadro de Zurbarán, en una tensión entre la vida y la muerte.
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Mi madre ve la vida pasar desde la ventana durante una de las cuarentenas prolongadas provocada por la pandemia.